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Santa Muerte Virale

[Di Fabrizio Lorusso. Questo articolo è uscito sul quotidiano Il Manifesto (cartaceo) del 21 agosto 2017 e su Carmilla oggi. Le foto sono di F. L. e sono state scattate a Tultitlán, nell’hinterland della capitale messicana, presso il santuario di Enriqueta Vargas, madre del defunto Comandante Pantera o Jonathan Legaria Vargas, alias Padrino Endoque. Solo fa eccezione la foto della custode del culto nel quartiere di Tepito, Enriqueta Romero]

Negli ultimi cinque anni José Ramírez ha fatto il fattorino, il cameriere e il venditore porta a porta. Ha anche lavorato come muratore indocumentado a Los Angeles. Di ritorno in Messico ha provato a cercare lavoro ovunque, ma le porte restavano chiuse. Il Guanajuato, suo stato natale, è quello a maggior tasso d’emigrazione del Paese. José mi racconta la sua storia in un parcheggio del centro storico di León, capitale economica della regione, a 400 km da Città del Messico. Al collo porta un amuleto che raffigura la morte con un saio indosso, la falce in una mano e il mondo nell’altra.  Continua a leggere


El Triángulo Dorado de la #SantaMuerte, blanca #NiñaBonita @JornadaSemanal #Mexico

De Fabrizio Lorusso: Jornada Semanal del 01/11/2015 – Foto: Marco Peláez/ La Jornada

Ayer, 31 de octubre, se cumplieron 14 años de su primer altar en Tepito.
Su culto se extiende más allá de Ciudad de México, a Estados Unidos
e incluso Europa.

La Santísima Muerte no puede dormir. La sempiterna luz del día la alcanza de un paralelo al otro del globo. El sepulcro cubre la totalidad, es la arena de la playa y el fondo del mar, el polvo del desierto y la pólvora de las guerras, el esmog de la ciudad y las estrellas pulverizadas en las cumbres de las montañas.

Las noches de oscuridad y tiniebla complacen a la Niña Blanca mientras la Tierra gira, mareada en su gravitación, y la Vida, con su hermana Muerte, cumple su ciclo. Para la Señora no hay descansos ni vísperas, sólo vagabundeos y raptos segadores. No existe un antes, ni un después, nada más un instante final, repetido durante una eternidad inexplicable.

La entronización de la Muerte santificada como icono popular mexicano se dio primero a escondidas, en los hogares del México profundo, luego la Flaca salió de la clandestinidad. Se tornó viral, 2.0, nacional, mundial, mística, mediática, cabrona, social, plastificada, divinizada, ensalzada y temida a la vez.

Eso sucedió después de que, en agosto de 2001, doña Enriqueta Romero expusiera en su morada, en el barrio de Tepito, una enorme estatua de la Santa descarnada: un acto obligado, ya que no había espacio para guardarla en las angostas habitaciones de su hogar, y revolucionario, pues cambió la historia del culto a la que llaman Bonita. El altar de Alfarería 12 ya no era privado sino público. Cada mes se empezó a rezar un rosario ad hoc para la Santísima, y el altar de Alfarería ganó fama mundial por ser el más visitado y apreciado por devotos, curiosos, periodistas, académicos, vecinos, nacionales y extranjeros. El 31 de octubre cumple catorce años.

La Santa Muerte Peregrina recorre las calles del centro de Ciudad de México, 12 de enero de 2008. Foto: Yazmín Ortega Cortés/ La Jornada

Fue durante unos meses, tras siglos de secreto añejamiento, que la devoción se tornó explosiva, incomprendida, turbulenta y millonaria. No porque haya millones de dólares en torno a ella, sino porque hoy millones le encomiendan sus suertes, vaivenes y pareceres.

Tepito, Morelos, la Merced, pasando por la Candelaria de los Patos, son paradas del Metro que diseñan una suerte de “Triángulo Dorado de la Santa Muerte”. Líneas imaginarias y efigies muy veneradas nos acechan entre el mercado de Sonora, la calle de Bravo, la iglesia de la Soledad con su turbulenta plaza, Ferrocarril de Cintura, Alarcón y el nicho de Alfarería. Barrios apodados “bravos”, constelados de aparadores y vitrinas en donde la Hermana Blanca se antoja bonita.

Áreas urbanas densísimas, misteriosas, evitables y recónditas para la mayoría de los chilangos, y aún más para los foráneos. “No vayas allá”, recomiendan, como si hablaran del inframundo, el reino de Mictlantecuhtli y Mictecíhuatl que hoy rige su descendiente huesuda con guadaña y sayal.

México y Tepito tienen las vocales emparedadas, suenan y vibran parejo, aunque pocos se sintonizan en sus frecuencias al mismo tiempo. La gente considera Tepiscomo un enclave de rarezas y torpezas, mientras que México sería otra cosa. En cambio, el emparedado de las sílabas de un barrio defeño y del país entero mucho comparten: los ingredientes y contrastes de la tradición olvidada y de la ultramodernidad neoliberal, el pasado artesano y la globalización, la alegría en la danza y la comida junto a la precariedad como estilo de vida y de muerte. Son frontera y tierra adentro a la vez.

Preguntas una dirección. “Vete de Manuel Doblado a Paraguay”, contesta elhomo tepitecus. Así bautizó el cronista Alfonso Hernández al “tepiteño”. Buscando una ruta entre altares callejeros, el albur te lleva al destino si es que agarras la onda. A la muerte domesticada la celebran por el día de muertos: lindo atractivo turístico y tradición cultural orgullosa. En cambio, la Muerte Santa, que la Iglesia combate con exorcismos, trabaja todo el año y no se deja cooptar. La Guadalupe es virgen y hace milagros; la Santa Muerte hace paros, amarres y chingados favores. Guardianas y matriarcas la cuidan, mientras que curas y patriarcas resguardan a la Virgen y a la Iglesia.

Relegadas en los rincones perdidos de la capital, las calles hormigueantes al Oriente del Zócalo, más allá de los confines turísticos, se entrelazan en tejidos vivos e incontrolables. Sus vibras infunden calor, tensión, tristeza y asombro al transeúnte de las entrañas del corazón pulsante y no remodelado del DeFe.

Los ventrículos de este centro no comercial sangran. Se infartan a diario, tienen taquicardia y se embeben de aceites y gases de la urbe: en otras palabras, son un desmadre. Prostitución callejera y tequila desde la mañana, ruidos de mil especies, jungla de hoteles y olores clandestinos, raperos de las barriadas, busesbaratísimos para donde sea, informalidad y piratería abarcadoras, diablitos corredores, maleantes, sobrevivientes, chambeadores, vividores, artesanos, cocineros: todo puebla los riesgos y los trances de callejones y calzadas.

En Eje 1 Norte “Albañiles” con Eje 1 Oriente “Av. del Trabajo”, a la Santa la pusieron roja con cigarrillos; en la Peralvillo la vistieron oscura, pasen a ver. Antes del mercado de la Merced, por General Anaya, está de novia. Entre Alhóndiga y Jesús María campea sobre la mesa todo el día, retando a un San Juditas que nadie pela. No se hacen rituales aquí, sólo hay dones, promesas y persignaciones, mientras que en el pasillo esotérico del mercado de Sonora todo trabajo es posible.

Allí se vende y se mira de cualquier color y versión: transfigurada en la Orisha Yemayá o embarazada (¿de quién?), sentada en el trono o de pie, con su fiel búho, de siete potencias o tipo quinceañera. Saliendo del Metro Candelaria, de San Ciprián a Circunvalación por Corregidora, aparece un bulto grisáceo lanoso entre escombros y desechos sobre la banqueta. A un lado juegan los niños, un retazo de jardín robado al camellón. Me acerco a la basura, el bulto se manifiesta: una oveja. No, es pequeño: un cordero sacrificial, lo decapitaron, sonoramente. Mi mirada tropieza en su cadáver por un instante, luego busca el camino a la Merced. Los brujos han de estar cerca, me guían.

Los alcances de la Niña Blanca

Sin indagar el acontecer de estos arrabales capitalinos, en el epicentro del “Triángulo de la Santa Muerte” es difícil comprender la esencia, las contradicciones, las dinámicas originarias y actuales de esta devoción. Los primeros tres espacios devocionales de la historia contemporánea del culto surgieron aquí, uno al lado de otro. Primero se hizo público el altar de Alfarería 12 de doña Queta. Luego, en pocos meses se popularizaron el oratorio de Santa (Muerte) Esperanza de doña Blanca, en Alarcón 38 esquina con Ferrocarril de Cintura, y el Santuario Nacional de la Santa Muerte o ISCAT Mex-USA (Iglesia Santa Católica Apostólica Tradicional México-EU).

Esta asociación religiosa, que tuvo registro de Gobernación entre 2003 y 2005, fue fundada por el padre David Romo, personaje controvertido que quiso institucionalizar el culto, ordenar diáconos, sembrar altares y grupos “asociados” para crear una Iglesia y una religión, pero cayó preso en 2011, condenado a sesenta y seis años de prisión por delitos graves. Su presencia mediática, reforzada por iniciativas y declaraciones sensacionalistas, ofuscó la naturaleza masiva y popular, espontánea y horizontal de la fe en la Santísima que, en cambio, fue estigmatizada por los medios y la opinión pública, asociada simplonamente a la delincuencia y los bajos fondos.

Mediante innovaciones e imitaciones, rivalidades y sincretismos, en ciertas colonias se forjó y creció el culto público a la Santísima, según lógicas de competencia y de cooperación al mismo tiempo, entre barrios y altares con identidades propias. Los enfoques y los objetivos eran distintos entre los primeros personajes que, al inicio de este milenio, animaron la devoción, escribieron los rosarios a la Flaca, oficiaron ceremonias y decoraron altares.

El mítico Alfarería 12 aún es el más popular. El oratorio de Alarcón 38, después de una fracasada relación con la ISCAT, tomó su propio camino. Un día unos rateros robaron allí todas las ofrendas preciosas de Santa Esperanza. Su guardiana, doña Blanca, dijo que se habían llevado todos los dolores de la gente; mejor así. El Santuario de Romo, con él en prisión, lo maneja el padre Juan Carlos; oficia cuatro misas al día, aunque poco habla de la Niña Blanca y mucho de los problemas económicos del templo. Los modelos rituales, las aventuras mediáticas y los inventos devocionales que marcaron la historia de la Santa en el Triángulo Dorado siguen hasta la fecha.

El altar público, el rosario periódico, el oratorio o nicho semipúblico, las Santas peregrinas, las misas o ceremonias sincréticas, mezcla de santería, espiritualismo oriental, catolicismo y ocultismo, siguen. La siembra de altares, devocionarios y revistas, los grupos reales y en la red, los eventos masivos, peregrinaciones o marchas, y el comercio al menudeo de productos para santamuertistas, son fenómenos que se consolidaron en el Triángulo, pero llegan por doquier: de Tultitlán, donde está la Santa de veintidós metros de Enriqueta Vargas y del fallecido Comandante Pantera, a Los Ángeles, de Ciudad Juárez, donde oficia la señora Salazar, a Madrid y Nueva York. Santa Muerte Patrona (el libro y el blog y el FaceBook) – Da L’America Latina


La precursora Doña Sebastiana @JornadaSemanal

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De Fabrizio Lorusso – Jornada Semanal – (foto: Original link) Doña Sebastiana da miedo y fascina. Es la muerte santificada, una figura de adoración poco conocida en la historia de México. Tiene analogías con la Santa Muerte, la santa popular que más ha crecido en cuanto a feligresía y presencia mediática en las Américas.

De la Doña sólo quedan el recuerdo, unos cuentos y su nombre. En efecto, su culto se desvaneció y, quizás, revive a su manera en esta época postmoderna con la devoción a la Flaquita.

Sebastiana está en la historia de las regiones abandonadas por Dios y el Estado que, hace más de 150 años, eran parte del norte de México y que le fueron arrebatadas por Estados Unidos.

La devoción hacia esta dama descarnada y huesuda tuvo auge en la era del “salvaje oeste”, especialmente en Arizona y Nuevo México según relata el antropólogo Carlo Severi en un artículo sobre Doña Sebastiana, el Cristo Flechado y sus rituales. La vida de Doña Muerte comienza en la colonia.

Desde el siglo XVI, la corona española en el norte de América trata de controlar muchos territorios despoblados y lejanos del centro del poder ubicado en la gran Ciudad de México, capital de la Nueva España. Sin embargo, los esfuerzos de dominación de los colonizadores, amos de un imperio decadente pero ávido de tierras, no son suficientes. La espada necesita de la cruz.

Las misiones religiosas españolas van conquistando pueblos y almas hacia el norte, abriéndose paso a lo largo del Río Bravo, hasta El Paso y Santa Fe, o bien, siguiendo el Río Colorado rumbo a Arizona.

A finales del siglo XVIII, en San Diego, San Francisco y alrededores, ya hay fortalezas además de las misiones: la espada vuelve a juntarse con la cruz para defender a los pequeños grupos de moradores de los ataques de los pueblos originarios, dueños legítimos de esos territorios.

La zona es descuidada también bajo el punto de vista religioso, tras la progresiva retirada del clero franciscano y por la falta de personal eclesiástico estable. Por tanto, es imposible celebrar los sacramentos y los rituales en las comunidades católicas. Las iglesias están en ruinas y son santuarios de macabros presagios.Tras la Guerra de Independencia, el Estado mexicano nace débil y con escaso control de su periferia. El aislamiento y la pobreza de los colonos en las zonas lejanas y los conflictos con la población indígena de los apaches y los comanches engendran una situación explosiva.

Entre 1846 y 1848, México pierde más de la mitad de su territorio y firma el Tratado de Guadalupe Hidalgo, un acontecimiento traumático para el orgullo nacional.

Estados Unidos es una potencia naciente que, movida por las doctrinas de la frontera y del destino manifiesto, agrega los estados de California, Nevada, Utah y partes de los actuales Texas, Colorado, Oklahoma, Kansas, Wyoming, Nuevo México y Arizona. Uno tras otro caen y son gotas de sangre.

Ya desde los años de la lucha independentista mexicana, en aquellos territorios las comunidades reaccionan al desamparo espiritual y al aislamiento material creando la Cofradía de los Hermanos de la Santa Sangre o de los Penitentes que, aún sin volverse una Iglesia autónoma, aporta cambios inquietantes y radicales al culto tradicional.

El verbo y las prácticas de la Cofradía se expanden, siguen la antigua ruta de los misiones, por el Río Bravo y la frontera norte. Proliferan las moradas, iglesias no consagradas que pronto cobijan en su interior un acervo de nuevas imágenes y rituales. Los miembros de la Hermandad se dividen entre Hermanos de la Sangre, “los verdaderos penitentes”, y Hermanos de la Luz, con tareas organizativas y de guías espirituales.

Durante décadas, El Vaticano trata de acercarse a estos pobladores para reconducirlos a los preceptos del catolicismo romano. Fueron esfuerzos vanos. Las comunidades, sobre todo en Nuevo México, se tornan cada vez más fanáticas, aspiran a imitar la vida y la pasión de Cristo y practican la autoflagelación en las procesiones de Semana Santa. Reproducen todas las fases del martirio de Jesús en la Pasión y las ceremonias culminan con la crucifixión simulada de uno de los penitentes.

Pero clavos, azotes, chorros de sangre, gritos y dolores son reales. Lo que preocupa a la Iglesia no es la violencia, ni la creencia en el sacrificio físico como medio de purificación. El problema es otro, se llama Sebastiana. El miedo pasa de boca en boca, llega hasta las sedes del poder eclesiástico.

La gente presencia la aparición, dentro de las moradas y en las capillas, de un bizarro retrato de la muerte. Es una imagen femenina, esquelética, muy común en Europa, en los osarios y criptas de las Cofradías de la Buena Muerte, así como en las iglesias dedicadas a la Parca, en las pinturas de las danzas macabras y lasvanitas.

Sin embargo, está prohibida en las Américas, donde le dicen “Doña Sebastiana”, aunque sigue siendo la Gran Segadora, icono de un culto blasfemo, según la Iglesia.

En la Colonia, los inquisidores de la Nueva España trataron, sin éxito, de destruir todas las representaciones de la muerte que la misma Iglesia había traído del Viejo Continente, para extirpar la “idolatría pagana” hacia estas figuras.

Normalmente, sus devotos eran indios y campesinos, habitantes de los barrios marginales de las ciudades o de algún pueblito provinciano quienes ya usaban el nombre de Santa Muerte al rezar, pedir e, inclusive, al castigar a la imagen de la Gran Segadora en todo México.

La Inquisición fue abolida en España por el Real Decreto del 15 de julio de 1834, sin embargo, la actitud represiva de esa etapa siguió vigente. Doña Sebastiana escandaliza al clero católico que habla de una “herejía”, y espanta también a los campesinos de la región. “Adoran a la muerte como los indios de norteamérica”, “torturan a sus Hermanos con verdaderas crucifixiones”, “excesos en las penitencias, rituales secretos, oraciones no aprobadas por las jerarquías”, denuncian los obispos.

A las alarmas de la Iglesia dan seguimiento los medios estadunidenses que, en las primeras décadas del novecientos, indagan sobre los aspectos más morbosos y sanguinarios de esos rituales y sobre la posibilidad de que exista una devoción autónoma hacia la muerte que ellos denominan Comadre Muerte o “muerte amiga”.

No se realiza ningún estudio serio, sino que, más bien, se multiplica el efecto amarillista de los artículos: algo parecido a lo que vimos, en años recientes, respecto de la Santísima Muerte en la prensa.

Junto a la muerte, también la imagen cruenta de Jesús horadado por los dardos, el Cristo Flechado, está presente en las moradas para avisar del peligro que constituyen las poblaciones “salvajes” de los nativos, los “enemigos” que amenazan la existencia de los Hermanos y sus comunidades.

En la Semana Santa, los penitentes organizan crueles simulacros de la Pasión de Cristo, parecidos a los del barrio de Iztapalapa en Ciudad de México, aunque más sanguinolentos e inhumanos.

El Salvador, seleccionado dentro de la Cofradía, recibe el suplicio de la flagelación y es sujetado a la cruz con clavos y cuerdas mientras los demás se amarran a cactus y plantas espinosas o cargan carretas llenas de piedras con la figura descarnada de Doña Sebastiana.

En la tradición religiosa de estas cofradías, se identifica progresivamente al joven penitente, próximo a la crucifixión, con el Cristo, pero también con la muerte, la Comadre. Se cuenta que, en tiempos de crisis, cuando es fácil fallecer por penurias y frío, los muertos regresan para festejar la Pascua con los vivos en lasmoradas. A estos templos improvisados, llamados asimismo “casas de los muertos”, llegaban los Hermanos del Otro Mundo para ayudar a los habitantes de éste.

Entre la Virgen María y Jesús nunca faltaba la imagen de Doña Sebastiana, la dama esquelética de ojos vítreos o metálicos, armada de arco y flechas, la cual era cargada triunfalmente sobre las carretas de la muerte durante las procesiones.

En el Museo de Nuevo México en Albuquerque, hay una escultura: Muerte sobre su carro, realizada en 1860 por el escultor Nazario López de Córdoba para lamorada de Las Trampas. Es una reelaboración del Triunfo de la muerte, un tema iconográfico medieval en que Doña Sebastiana declara su victoria sobre Jesús y arroja flechas al pecho del Salvador.

Arcos y dardos definen la iconografía tradicional del Cristo flechado en la versión adoptada por los franciscanos que evangelizaron el norte de la Nueva España. Por otro lado, en España, la muerte se retrataba con una guadaña en la mano, no con arco y flechas. Esto sugiere que, al norte del Río Bravo, podría haberse dado una superposición entre la figura del Cristo y la del mártir San Sebastián, representado típicamente con flechas en el costado. El nombre del santo posiblemente sufrió un cambio al femenino y su figura se asoció a la de la muerte con arcos y flechas, dando vida así a la hermosa Doña Sebastiana, precursora o “prima chicana” de la Santa Muerte.

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Santa Muerte e Migrazione (Articolo in Spagnolo) + Nuovi Link

Altar de la Santa Muerte. Foto: Eduardo González Velázquez

[Riproduco questo interessante articolo da Proyecto Diez MX – LINK e segnalo altre pagine che ho scoperto nelle ultime settimane sulla Santa, Tepito, altri altari a Città del Messico – link 1: 5 altari della Santa Muerte da visitare – link 2: conoscere Tepito – link 3: il quartiere di Santa Julia – link 4: riassunto di notizie giornalistiche sulla S.M. – link 5: riassunto di notizie (2010) sulla S.M. (ma da un Blog cattolico!) – link 6: barrio Tlaxpana – quartiere degli altari (di tutti i tipi)]

Por: Eduardo González Velázquez (@contodoytriques)*

12 de julio del 2013. ¡Ahí viene la curva debemos bajarnos! Es el grito ensordecedor deTomás un hondureño que se encaramó a La Bestia desde Huehuetoca, Hidalgo y piensa llegar hasta Oregon, “ya me falta menos” comenta con entusiasmo, después dedos meses de camino desde su natal Comayagua donde el desempleo se instaló como un miembro más de su extensa familia y terminó por catapultarlo fuera de su terruño.“Han sido semanas difíciles pero vale la pena, si me hubiera quedado en mi pueblo, mi familia y yo nos moríamos de hambre”.

A mitad del camino, y sin la seguridad de poder cruzar a Estados Unidos y eventualmente obtener un empleo, sus comentarios suenan con optimismo. Tomás no viene solo lo “acompañan” tres salvadoreños. Los cuatro se detienen en el cruce de las calles Juan de la Barrera y Colima a un costado de las vías del ferrocarril en el corazón de Las Juntas, municipio de Tlaquepaque en la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG).

Miran el trajín de automovilistas y transeúntes mientras comienza a caer la tarde.“Sabemos que en este lugar debemos bajarnos para que la policía no nos detenga, si nos agarran nos extorsionan como ha sido a lo largo del viaje”. De ahí caminarán hasta la avenida Inglaterra al poniente de los patios de ferrocarriles para trampear de nueva cuenta al tren; pero antes comerán y se asearán en el comedor de la organización no gubernamental FM4-Paso Libre, si tienen suerte seguirán su camino este mismo día, de lo contrario permanecerán en la ciudad dos o tres noches más. Momentos previos a continuar su recorrido por la ZMG los cuatro exiliados económicos pasan a santiguarse al santuario de la Santa Muerte.

Es lunes a las cinco de la tarde. En el pequeño santuario (una habitación de 16 metros cuadrados) no cabe un alma más, los casi doscientos feligreses se arremolinan a las afueras disputándose un mejor lugar “para estar cerca de la Flaquita”. El rezo del rosario y los consejos para solucionar diversos problemas ofrecidos por el sacerdote Ricardo generan gran expectación cada inicio de semana.

Entre las decenas de los cuerpos tapatíos alzan la cabeza cuatro centroamericanos que con voz en pecho piden por acceder a un futuro negado en sus países. Para Miguel, de oficio albañil y dueño de la pequeña casa que alberga al templo, el gentío en el recinto es consecuencia de la nueva figura de la Santa Muerte de casi dos metros de altura traída desde la Ciudad de México, “ahora sí con esta figura la gente viene mucho más”. Incluso hay días que se ofrecen hasta dos rosarios de mañana y tarde.

En la Iglesia de la Santa Muerte tienen cabida hombres, mujeres, homosexuales, ancianos, migrantes, pobres, drogadictos, alcohólicos, punks, emos, cholos, ex presidiarios, narcotraficantes, indigentes, trabajadoras sexuales; en fin, esos que son ignorados por otras Iglesias. “La Niña le abre sus brazos a todos. Ella no juzga. Candy (como le pusieron a la nueva figura) ayuda y consuela”, dice Sonia, esposa de Miguel, mientras carga al menor de sus dos hijos de apenas año y medio de edad.

El culto a la muerte no es ajeno a los mexicanos, ha estado presente en nuestra geografía desde tiempos prehispánicos; igual que en otras latitudes su culto irrumpe con cotidianidad. Se instaura entre los vivos para defender su lugar. Así como para los pueblos mesoamericanos la muerte se significaba como el preludio de una nueva vida, el arranque del camino para alcanzar “el lugar donde de verdad se vive”; de ese modo los migrantes buscan asirse a la Niña Blanca para garantizar una “nueva vida”.“Nosotros le pedimos a todos los santos para que nos ayuden a llegar, aquí en Guadalajara sabemos que le rezan a santo Toribio y a la Santa Muerte”, afirman los salvadoreños al tiempo que se retiran la gorra para ingresar al santuario.

Pasada la conquista española y los turbulentos siglos XVI y XVII, a finales del siglo XVIII aparecieron las primeras referencias de la veneración a la Santa Muerte en el centro de la Nueva España. Pero fue hasta la segunda mitad del siglo XX que su devoción comenzó a rozar las dinámicas de exclusión, sea la pobreza, sea la migración, sea la violencia. Aunque algunas referencias ubican al estado de Hidalgo como el lugar de donde comenzó a irradiarse su fervor, hoy en día su culto encuentra arraigo en varios estados de la República: Guerrero, Veracruz, Tamaulipas, Campeche, Morelos, Jalisco, Estado de México, Sinaloa y el Distrito Federal.

La Santa Muerte la representa una figura masculina o femenina vestida con túnica blanca larga de satín que solo deja descubierto su descarnado rostro y sus esqueléticas manos, rematada con una corona de oro en la cabeza. Generalmente en la mano derecha porta una guadaña con la que “cosecha las almas”, un rosario, y una balanza que representa la justicia; en la mano izquierda lleva un pequeño mundo y un reloj de arena.

Para el sacerdote Ricardo, la figura representa a San Juan Bailón ataviado como la muerte, y no tiene duda que su culto es católico como lo demuestran las oraciones realizadas durante el rosario. Los colores que salpican a la Santa Muerte tienen significados diferentes: negro, protección; rojo, amor; blanco, protección para la familia; azul, protección para los estudiantes; dorado, para obtener dinero; verde, para solucionar problemas legales; y morado, para tener salud. Hay imágenes y figuras que tienen todos esos colores y representan los siete poderes. A la Niña Blanca Santita se le ofrecen dulces, cervezas, tequila, fruta, pan, cigarros, puros, güisqui, flores, veladoras.

En los dos santuarios ubicados en Tlaquepaque, el de Las Juntas y el de Las Pintas por la Antigua Carretera a Chapala en su cruce con San Onofre en la colonia la Huizachera, conviven la pobreza y la urgencia económica con la devoción y la esperanza. Los servicios municipales brillan por su ausencia. Las empolvadas calles circundan centenares de casas a medio terminar. Los fétidos olores emanados de los ríos del desagüe metropolitano saturan el olfato. El templo de Las Pintas se inauguró el 22 de julio de 2012.

En su interior tiene dos hileras de bancas con seis filas cada una. Varios posters le dan vida a las blancas paredes. En el muro junto al altar mayor están colgados dos crucifijos con un Cristo cada uno; la parte central la domina una gran figura de la Santa Muerte coronada cubierta con un tul blanco colocada en el interior de una vitrina de cristal, en sus manos porta el mundo y la guadaña. Junto a ella se mira una alcancía con la leyenda:“Gustas cooperar para el abono de cada mes de su (sic) casa de la Santa Muerte. Gracias”. En el centro del lugar hay una pila bautismal.

A la entrada se venden veladoras negras, rojas y blancas. Antes de ingresar al santuario y toparse con un guardia mal encarado, se puede leer a un costado de la entrada: “Santa Muerte extiende tu mano y guarda tu espada. Transmuta dolor en alegría. Aparta peligros y males de este devoto tuyo que busca la luz para estender (sic) la vida antes de la partida”.

Los devotos a la Santa Muerte se auxilian de varios libros para rezarle, por ejemplo el Librito de Oraciones Dedicado a la Santísima Muerte Mi Protectora. En su interior se pueden leer:

“Gracias flaquita mía por permitirme ver la luz de un nuevo día, como agradecimiento, te prometo pensar en ti, te ofrezco esta oración para que mis peticiones sean escuchadas, mi confianza es para ti”.

“Oh, Santa Muerte, ángel de Dios, te doy gracias en forma alegre y por los favores que me as (sic) concedido, en especial en esta jornada de acción y reflección (sic). Te pido por mis seres queridos y por mis enemigos, por la paz en el mundo y por la pronta sanación de los enfermos. Amén”.

Los días del rosario, Miguel presta a los asistentes varias fotocopias con las oraciones que deben rezar.
La Flaquita es ecléctica. Sincrética. Sin duda a lo largo de nuestra historia el culto a la muerte ha tenido adhesiones, fracturas y desbandadas. Lejos se encuentra de representar un culto homogéneo.

A querer o no la Santa Muerte como icono popular ha trascendido fronteras a través de diferentes maneras, una de ellas es la ruta migratoria. En la ciudad de Phoenix, por ejemplo, encontramos muy extendido su culto convirtiéndose en un referente común en casi todas las yerberías del oeste de la ciudad.

No obstante que el santuario de la Santa Muerte levantado a un costado de las vías del ferrocarril es un pequeño local de paredes despintadas, poca ventilación, una estrecha puerta de acceso, y con una iluminación precaria ofrecida por un par de focos uno a la entrada y otro pendiente de un árbol; es el recinto al que acuden los migrantes porque el ubicado en la Huizachera les queda muy lejos, además en el ferrocarril no pasan por ese barrio. En su interior se miran dispuestas veinticinco figuras de varios tamaños de la Flaquita.

Al fondo hay un altar sobre una mesa con un mantel negro y unas cortinas de terciopelo rojo. A un costado está la figura de la Santa Muerte de color negro circundada por veladoras, otras figuras más rodean una alcancía para las limosnas. Abundan las cubetas repletas de flores sobre todo con rosas rojas. Los muros se decoran con posters, y dibujos a lápiz y a color, montados en marcos elaborados en “la penal”, comenta Miguel. Junto al altar principal se mira otro pequeño donde se posa una Santa Muerte blanca cubierta por billetes de dólares.

En Las Juntas los migrantes dan uno de sus últimos brincos en la penosa travesía por la “frontera vertical” mexicana. De aquí los futuros “sin papeles” tomarán el tren por la ruta del Pacífico, la más larga pero la “menos peligrosa” hasta alcanzar la frontera norte de nuestro país. “De Guadalajara salimos con la bendición de la Santa Muerte”, dice Tomás minutos previos a perderse en la inmensidad de las vías del ferrocarril.

* ihuatzio@hotmail.com
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